Pruebas de calidad
En busca del límite
Acompáñenos en una excursión a la “cámara de torturas” de Bang & Olufsen, donde a un hombre se le encomienda la tarea de destruir nuestros productos, solamente para garantizar el más alto nivel de calidad.
Diario de un día de pruebas en Struer (Dinamarca)
Una placa de circuito, amarrada a un gigante altavoz, soporta el envite de los destellos color azul eléctrico de un estroboscopio. Alguien sube la frecuencia y el altavoz aúlla como si de una flauta de émbolo se tratara. La nota se estabiliza sin dejar de aumentar su intensidad cuando la frecuencia alcanza la resonancia de la placa de circuito, y los cables de diversos colores se entrelazan a cámara lenta como si un encantador de serpientes los tuviera bajo su embrujo. De fondo, puede oírse el resoplido y los ruidos metálicos de un televisor embalado sometido a los caprichos de la “carreta”, una máquina que imita las sacudidas y golpes que cabría esperar de un tramo especialmente peliagudo de la autopista. Nos encontramos en el laboratorio de fiabilidad de Bang & Olufsen en Struer, una serie de talleres bajo tierra que entre nuestros empleados gozan del apelativo cariñoso de “cámara de torturas”. Aquí es donde todos nuestros productos y componentes, desde placas de circuito hasta terminales a distancia y auriculares, se someten a pruebas rigurosas y meticulosas para garantizar su fiabilidad, calidad y durabilidad. Un sitio donde estos inmaculados objetos de diseño sufren golpes, arañazos, humo de tabaco incesante y cambios bruscos de temperatura para garantizar su rendimiento de cara al futuro. Quien empuña el estroboscopio es Peter Loff, un ingeniero de pruebas de fiabilidad que ha trabajado para Bang & Olufsen desde 1996. Enfundado en sus vaqueros y su camisa de cuadros azules y rojos, se aleja mucho de la imagen del científico loco con anteojos, pero su misión es esencialmente la de buscar y destruir. Está buscando, en las placas de circuito iluminadas por el estroboscopio, componentes que muestren indicios de inestabilidad y necesiten de solidez adicional en forma de adhesivo o tornillos. Son pruebas de producto antes incluso de que el producto final haya tomado forma. Me guía por multitud de máquinas, hornos, cámaras y terminales de trabajo. Sobre una mesa están dispuestos una crema de manos, un producto de limpieza de baja calidad con base de amoniaco y una botella dispensadora de sudor (realizado a partir de sal y ácido acético) para probar las superficies de un altavoz. Se utilizan pequeños lastres de plomo cubiertos de arena para rayar las cubiertas de plástico y aluminio. Hay una “cámara tropical” con un 93 % de humedad donde los productos pueden pasarse hasta 42 días para probar su resistencia a la corrosión, mientras lámparas de xenón iluminan las cajas de altavoz durante cuatro días para crear el efecto de una luz solar intensa.
Sublimando los productos mediante la búsqueda de su punto de ruptura
La prueba más ardua de todas se denomina HALT (Highly accelerated life test, o prueba de vida altamente acelerada). El acrónimo suena a descendiente del ordenador inteligente de la película “2001: Una odisea del espacio” de Kubrick y, como en el caso del dispositivo de ficción, también este posee un fin algo amenazador. La prueba HALT se lleva a cabo en la cámara Qualmark Typhoon 3.0, un sistema muy apreciado por fabricantes de vehículos y por el ejército, donde los productos se agitan, se exponen a temperaturas extremas y se llevan al límite de su resistencia. Jens Hjorth Drejer, ingeniero de sonido, perfora orificios en el prototipo de un altavoz antes de conectar a él sondas y cables para poder supervisar la temperatura interna durante las pruebas. El pequeño altavoz está reproduciendo a todo volumen “A Warrior’s Call”, del grupo de hard rock danés Volbeat, pero despierta verdadera compasión encerrado en la cámara Typhoon tras siete capas de vidrio templado. Las puertas se sellan antes de que unos tubos semejantes a patas de elefante inyecten nitrógeno en la cámara. El sonido está atrapado en el interior, pero la señal se mide en la pantalla de un ordenador a medida que bajan la temperatura. Con un intervalo de entre -100 y 200 grados centígrados y la capacidad de producir una alteración de temperatura de 70 grados en un minuto, HALT es un portento de tecnología puntera, y la herramienta ideal para enfriar aguardiente y cerveza en una fiesta de Navidad, siempre que no se encienda el ciclo de vibración.
“Tenemos una relación muy cercana con los diseñadores e ingenieros para asegurarnos poder comenzar estas pruebas antes de que se haya creado la versión final. Cuanto antes podamos detectar una debilidad, mejor”.
Peter Loff
Ingeniero de pruebas en Bang & Olufsen
Destruir hasta alcanzar la perfección
“Tenemos que ir más allá de las especificaciones con nuestros productos”, afirma Turi Bach Roslund, ingeniera de fiabilidad que trabaja en la prueba HALT. “Si solo trabajamos dentro de los márgenes de las especificaciones, no tenemos margen de diseño y ello supone el riesgo de que un par de auriculares o un altavoz sufran desgaste”. Y, ¿qué se siente al perforar, despedazar y golpear el trabajo artesano y el diseño minucioso que sus compañeros han empleado meses y años en producir? “Tenemos ingenieros que nos acompañan durante las pruebas cuando detectamos un error”, explica Turi. “Mi compañero y yo alzamos el puño en señal de victoria, pero ellos se quedan destrozados porque acabamos de destrozar a su pequeñín. Pero nosotros estamos emocionados cada vez que detectamos un fallo porque eso quiere decir que nunca llegará al cliente. Sabemos cuántos problemas podemos ahorrar a los clientes y cuánto dinero podemos ahorrar. Aunque tengo que reconocer que la primera vez que tuvimos que despedazar un producto nos dio bastante pena”. A su lado, Peter añade, sonriente: “Pero uno se acostumbra”.
Máquinas de humo y disquetes
La exposición a los elementos (sol, heladas, calor), supone un nuevo reto para los productos de audio portátiles. Si bien es cierto que Bang & Olufsen tiene a sus espaldas décadas de experiencia probando televisores utilizados en contextos domésticos tradicionales, las aplicaciones de auriculares y altavoces Bluetooth son mucho más personales y originales. “Podemos hacernos cierta idea de dónde los colocaría una persona, pero hay gente que querrá llevarse el altavoz a la playa o usar los altavoces subidos a bicis de montaña”, explica Peter. “Es importante que aprendamos más acerca de estos comportamientos para poder diseñar las pruebas adecuadas. Si estamos desarrollando unos altavoces nuevos, tenemos que fijarnos en cómo se van a utilizar. Si se van a utilizar cerca de una piscina, tenemos que tener en cuenta la humedad, el calor, la luz solar y los efluvios del cloro. Tenemos que asegurarnos de que todos los materiales y componentes puedan aguantar estos elementos”. Gran parte del equipo de prueba es de alta tecnología, pero hay un precioso detalle de nostalgia digital en forma de un ordenador de principios de los años 80 que utiliza disquetes y se desarrolló inicialmente para la BBC. En la cámara de tortura de Bang & Olufsen, este viejo microordenador de 64 kB controla los cilindros de aire que simulan el movimiento de los dedos al pulsar los botones. Se trata de un movimiento repetido en un ciclo aparentemente infinito. “Si se va a pulsar un botón del altavoz un millón de veces, tenemos que comprobar si el altavoz puede soportarlo, y sobra decir que no vamos a dedicarnos a hacerlo nosotros mismos”. Nada se deja al azar en este minucioso procedimiento de fiabilidad, por extravagantes que puedan parecer algunas de las hipótesis. Y todos los cigarrillos se consumen. Una cámara de vidrio Perspex, cubierta de una película lógicamente amarillenta, incorpora un dispensador que enciende automáticamente cigarrillos sin filtro y expulsa el humo al interior del espacio de pruebas. Fuma 120 cigarrillos al día y el proceso a menudo se repite durante diez días para comprobar si se producen decoloración o fallos en el rendimiento. Peter abre una caja negra que contiene varios auriculares despedazados, arañados, mutilados, magullados por diversas pruebas realizadas en sus superficies, y la caja acústica de un altavoz Beolit que huele como si se hubiese pasado diez años en un antro reproduciendo Tom Waits en exclusiva y que luce la huella manchada de nicotina dejada por las almohadillas de espuma que protegían el altavoz.
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